domingo, 8 de enero de 2012

Encrucijada

Nos separa de la calle
el cristal empañado de lluvia 
Yo estaba lejos del mundo,
hoja caída en el remanso de su llanto.

Ella era menuda y tierna 
y se hacia mas menuda entre mis brazos 
y mas tierna bajo mis ojos.
Entre nosotros y la calle 
y la lluvia y el cristal de la ventana 
eran dos abismos de plata.

La vida estaba allí naufragando en sus ojos 
la belleza dormía en sus senos perfumados 
la luz-toda la luz-se me daba en su boca 
la humanidad-mi humanidad-era ella.

Mas allá del cristal 
mas allá de la lluvia 
pasaron...
Yo separé los ojos de los ojos de ella 
para verlos pasar.

Marchaban chapoteando en el barro 
los pies descalzos. 
Desfilaban los rostros anochecidos de hambre.

Y las manos encallecidas de miseria 
y las almas curvadas de injusticia 
y las voces amanecidas de odio 
desfilaban los pies descalzos.

Iba la madre con el hijo al cuadril 
y el anciano rumoreando penas.
Y el mozo flameando la bandera,
iban frente hacia la vida 
armoniosamente rebeldes.

No se si me lo gritaron ellos 
o me lo grité yo mismo.
Pero en las filas, de los que pasaban 
estaban mi puesto, mi bandera y mi grito.

El cristal empañado de lluvia 
esfumada los rasgos de la calle 
por donde pasaban los míos.
Volví los ojos hacia ella 
que se hacia casi yo entre mis brazos   
y le dije:
-Me llaman los que pasan.

Sus ojos empañados 
me separaban de su alma 
como el cristal con la lluvia 
me separaba de la calle.

Me dijo lentamente:
-No te vayas.

Y se hizo mas menuda entre mis brazos 
y me ofreció su boca palpitante 
y sentí junto a mi, temblorosos sus senos.

Yo escuchaba chapotear en el barro 
los pies descalzos 
y presentía los rostros anochecidos 
de hambre.

Mi corazón fue un péndulo entre 
ella y la calle...

Y no se con que fuerza me libré
de sus ojos 
me zafé de sus brazos.
Ella quedó nublando de lágrimas 
su angustia.
Tras la lluvia y el cristal 
pero incapaz de gritarme:
  -¡ Espérame !
¡ Yo me marcho contigo !
                                                                        Miguel Otero Silva.
 
Lo acontecido nubló mi mente y corazón 
sumergido en la pasión,
e incapaz de expresar con palabras 
la gran herida que intento sanar  
con un vaso de ron...
y que me obligo a buscar en el interior 
el nombre que se apoderó de mi razón.
                                                                           Pablo Rojas Toro.